Somos cuatro hermanos en casa. Los cuatro, hijos del mismo padre y la misma madre. Todos con un parecido físico que podría revelar nuestro parentesco, y sin embargo, todos con personalidades diferentes. En varias ocasiones he preguntado a mis padres su opinión sobre el origen de nuestras diferencias. Me resultaba llamativo que cuatro personas con cargas genéticas similares y sometidas a un proceso de crianza similar resultáramos con intereses y aptitudes tan variados. Solía pensar que el punto clave se encontraba en la situación familiar y social que coincidió en cada uno de los cuatro casos con la etapa infantil de efervescencia neuronal. Por supuesto, en ésta hipótesis mis padres jugarían un papel determinante. Su estado de humor, opiniones y hasta sus ademanes cotidianos en los primeros años de cada uno de sus hijos podrían habernos influido de forma determinante. La suma de muchas pequeñas cosas, muchas acciones y reacciones, resultaría a largo plazo en la persona en que cada uno se convertiría. Cuando estaría acabado el proceso?, habría una edad en que cada uno gozaría ya de una personalidad inamovible?.
Un estudio recientemente publicado en Science* aporta información fascinante sobre el desarrollo de la individualidad. Dado que la intención era la de evaluar las bases del comportamiento individual, nada mejor que partir de condiciones de igualdad absoluta. Para el estudio se seleccionaron ratas genéticamente idénticas, que vivían en un ambiente idéntico. La única variable que podría diferenciarles era la riqueza del ambiente que compartían, que hacía que espontáneamente pudieran estar sometidas a diversos estímulos, con mínimas variaciones no controladas. A través de sensores especiales se cuantificó la actividad exploratoria de las ratas y su actividad diaria.
Tempranamente durante el estudio se apreciaron diferencias en el comportamiento de las ratas que fueron progresivamente en aumento en las siguientes semanas. Las diferencias se relacionaban claramente con los estímulos a los cuales se sometía cada una de ellas. Aunque el ambiente era idéntico, las mínimas variaciones en las experiencias que permitía el ambiente poco a poco derivaroen n diferencias en el comportamiento de cada una de las ratas.
Tempranamente durante el estudio se apreciaron diferencias en el comportamiento de las ratas que fueron progresivamente en aumento en las siguientes semanas. Las diferencias se relacionaban claramente con los estímulos a los cuales se sometía cada una de ellas. Aunque el ambiente era idéntico, las mínimas variaciones en las experiencias que permitía el ambiente poco a poco derivaroen n diferencias en el comportamiento de cada una de las ratas.
De forma sorprende, se evidenció que la actividad exploratoria se relacionaba con el desarrollo de nuevas neuronas en el hipocampo, en una zona relacionada con el aprendizaje y la memoria. Dicha neurógenesis activada por experiencias nuevas se mantenía incluso en las ratas adultas.
A través del citado estudio, se comprobaría entonces que las experiencias nuevas realmente influyen a nivel orgánico en el desarrollo de nuestro cerebro y por tanto, de nuestra personalidad. Más sorprendente aún, incluso la experiencias de la vida adulta influyen sobre quienes somos. Posiblemente también contribuya a explicar porqué con el tiempo variamos de gustos, aficiones, opiniones, en ocasiones casi hasta el punto de dejar de ser quiénes éramos para dar paso a un nueva versión de nosotros mismos, mejor adaptada al medio donde nos encontramos.
La próxima vez que dude en vivir una experiencia nueva, atrévase, podría ganar a cambio unas neuronas.
* J. Freund, A. M. Brandmaier, L. Lewejohann, I. Kirste, M. Kritzler, A. Kruger, N. Sachser, U. Lindenberger, G. Kempermann. Emergence of Individuality in Genetically Identical Mice. Science, 2013; 340 (6133): 756 DOI